Conocí a Caridad, vivió en mi colonia. Era generosa, abierta, amorosa y comprensiva. La admiré por siempre.
Desde la madrugada tocaba nuestra puerta. Con Don Jorge el lechero nos brindó la blanca nutrición. Al ver a mi madre, se ponía de rodillas haciendo el bendito y exclamando que madrugaba hacia el río, para completar con agua, sus cántaros de leche y hacer reír a mi madre.
A mi madre le faltaban los billetes; pero Caridad estaba con ella.
Con Don Juan nos envió el pan calientito y en las navidades como obsequio, nos hacía unas trenzas de pan sabrosas y largas, que recibíamos con alegría.
Con Doña Leticia, nos facilitaba los víveres. En su libretita anotaba las cuentas, luego que mi dulce madre, pedía la rebaja.
A mi madre le faltaban los billetes, pero no lo esencial, pues Caridad, vivía en mi colonia.
Ella nos mandaba en ocasiones obsequios: con la madrina, trajes nuevos; con el vecino: regalos navideños; Con madres, padres y estudiantes, llegaron los elotes, las gallinas, las verduras, ocres… ¡Qué más!
A mi madre le faltaban los billetes, pero nunca el trabajo arduo, la serenidad, la sonrisa, el cariño, los sueños de ver a sus hijos formados. Al final del mes,
el salario se esparcía volando, a las manos pacientes provisorias de todo.
A mi madre le faltaban los billetes, pero nunca la inteligencia, la prudencia,
la responsabilidad, la diligencia, que con ayuda de Caridad tuvimos de todo.