Quizá sólo la nada
pudiera ser refugio,
de tantos arlequines
desprovistos de cielo,
fatalmente caídos
en crónico desuso.
Ojalá las ventanas
corrieran las cortinas
más allá de los párpados,
y en el vidrio empañado
de nuestras finitudes
dejaran ver la calle
empedrada en reflejos,
y observaran las sombras,
los ecos, las pisadas,
que arrastran el encierro
latente, prematuro,
encima de los hombros
celestes, condenados.
Pero ¡todo es futuro!,
al menos por ahora.
Gritó un viejo borracho.
Los altos caminantes
de un tiempo ya perdido,
están a la deriva
en medio de un espejo,
y enferman gravemente
sedientos de palabras
que ya nadie recuerda…
