Bestia Carmesí

Bestia carmesí
Jennifer Estefanía Salas Ramírez

Un espejo hambriento esperaba que se sentara como hacía cada noche, cuando sus ojos eran los únicos despiertos y los vientos dejaban de propagar las voces. Cerró las puertas de su alcoba, se aseguró de que el candelabro fuera un testigo solitario y dejó caer la túnica que sol tras sol cubría su rostro. Levantó la mirada con el temor acostumbrado, para percibir la desgraciada figura que sus facciones dibujaban. Entre llantos reclamó a la vida su maldición, deseando que los afilados colmillos no sobresalieran de su boca, que aquella nariz dejara su apariencia lupina, que sus orejas pudieran esconderse bajo sus cabellos y que aquellas protuberancias que empezaban a doler en su frente fuesen menos puntiagudas. Pero sobre todo pedía dejar de existir, que su corazón dejara de contraerse era lo que más había deseado durante todos sus años de sufrimiento.
En medio de un doloroso quejido, que pudo oírse en todo el valle que rodeaba el castillo, una estrepitosa lluvia se desató con furia, provocando que un ventanal esquinero se abriera de golpe, dejando caer las finas cortinas que lo cubrían. Las velas se apagaron y unos ojos distintos a los suyos se enmarcaron en el espejo que la atormentaba, se introdujo en ellos como si la obligaran a hacerlo, era incapaz de dejar de mirar, ese falso reflejo mostraba un par de hipnóticas luces infernales. El terror recorría su cuerpo paralizado, mientras sentía cómo en su interior se abría una grieta que abrasaba sus entrañas.
La tormenta cesó cuando el valle recibió al sol matutino. El día marchaba con normalidad, excepto por el sitio donde ella había despertado, estaba en su alcoba claro, pero el piso había sido su lecho y las cortinas su frazada. Completamente desnuda y recargada su cabeza en el latón de la cama, abrió los ojos confundida tratando de moverse, lentamente se incorporó y decidió que nunca hablaría de lo que había sentido la noche anterior. Se puso su túnica carmesí, aquella que le daba seguridad en los días de mayor amargura. Cuál fue su sorpresa al notar que para cubrir su cabeza no le estorbaban los cuernos que siempre deformaban su silueta, así que se asomó ansiosa en el espejo y apreció la inmaculada cara de una joven hermosa, con deslumbrantes ojos grises, labios rosáceos y una delicada nariz. Bajo el espejo se leía con exquisita caligrafía “Del alma más bella su rostro tendrás, a cambio a una inocente has de sacrificar”.

Salió de la alcoba con prisa, esperando a que alguien le comprobara que no se encontraba en un sueño. Corriendo por el pasillo se topó con la mujer que atendía esa parte del ala norte del castillo, esta no la reconoció en absoluto, le cuestionó su procedencia y la acusó de intrusa. No podía defenderse, por supuesto que no le creyó que era aquella que paseaba por las zonas oscuras del palacio sin dejarse ver a la luz y que también daba las órdenes. La mujer la tomó por un brazo haciéndola avanzar a la fuerza por el puente que llevaba a los calabozos. Sucedía lo opuesto a lo que pretendía por lo que comenzó a desesperarse con la idea de que ahora, que había conseguido ser hermosa por fin y poder pasear entre la gente sin atemorizarla, iba a ser encerrada en el lugar más olvidado de su propio hogar. De solo pensarlo se estremeció fúrica y en un arrebato de angustia se soltó de la pesada mano de la mujer logrando apartarla de ella con el impulso, mismo que impactó a la mujer en la pequeña barda del puente, el vitral se hizo pedazos y la sirvienta cayó por más de treinta metros hacia el jardín central del castillo. Aún sin saber qué había ocurrido, la dama de carmesí se asomó para ver la jardinera pintada de rojo al lado de un cuerpo inerte.
Una moza de cara pálida, parada en medio del puente, la miraba sin pestañear, la pobrecilla no tuvo escapatoria, pues antes de sus piernas reaccionaran, la túnica escarlata ya estaba sobre ella, con un par de manos rodeándole el cuello sin remordimiento. La chiquilla fue el segundo ser que cayó por el puente, y una estela grana atravesó el umbral presurosa.
Los gemidos angustiados seguían retumbando en su mente, no podía borrar la imagen de la sirvienta con la cabeza destrozada en el piso de piedra, ni tampoco la expresión de la niña, que lucía tan frágil, tan inerme, justo cuando vio su alma escapar de sus ojos. Cruzó el puente y siguió recorriendo el ala norte del castillo, sin saber realmente qué era lo que buscaba, hasta que su estado de distracción la hizo resbalar en una escalera semi escondida que descendía, tuvo una caída de una decena de peldaños, enredada entre su túnica. Al llegar al piso, un penetrante olor a humedad la sofocaba, su rostro quedó junto a un diminuto charco provocado por las goteras del sitio, levantó la cabeza y pudo ver cómo su rostro seguía teniendo una belleza celestial a pesar de un leve golpe en su mejilla, sin embargo, no era lo único que se reflejaba en el agua, detrás de ella una silueta horrorosa, con las cuencas vacías y el cuerpo descarnado y putrefacto, le llamaba insistentemente, ella volteo hacia la figura y el ente extendió unas enormes alas del color de la noche que cubrieron el lugar para después envolverla en ellas. Apenas pudo dar un grito ahogado cuando ya se hallaban en medio del gran salón, aquel en el que se llevaban a cabo los banquetes reales y las coronaciones, la dejó caer en las baldosas de mármol, su espina crujió. Adolorida y temerosa le preguntó al ser alado qué deseaba de ella, este contestaba que ya se lo había dado todo, no había nada más que ofrecer. No comprendía sus espantosas palabras, estaba aturdida por su desgarradora voz. Se acercó a ella y susurró en su oído.
-Eres hermosa y me lo debes.
-Pero el precio era una inocente, la oblación está hecha-le respondió -He cumplido involuntariamente.
-Yo he pedido solo a una, tú has decidido sacrificar a dos. Deberás pagar por esa alma extra.
-¡No! No me conviertas de nuevo en una bestia. ¡Por favor!
-Cubrí tu ser con una apariencia envidiable, pero fuiste una bestia hasta que tu capa quedó manchada de sangre inocente. Ahora vivirás en mis dominios una existencia de tormento por la eternidad.
Él la poseía por completo, y se la llevaría a las profundidades del erebo, entonces la túnica roja se prendió en llamas quemando su piel que quedaba desnuda, su cara retomaba su bestial forma, los cuernos de su cabeza se retorcían y un abismo ardiente se abría a mitad del salón. Ella cayó vertiginosamente, envuelta por las alas de oscuridad, al momento que sus gritos se iban diluyendo en el clamor que surgía de las almas atormentadas que la esperaban en el fondo. Detrás del nigromante el abismo se cerró con un estruendo, y en una baldosa quedó tallado con letras escarlatas “Pagó con la suya el alma que arrebató”.

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Muy hermoso e imaginativo relato.

Felicidades.

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¡Gracias! JDuque