Ella inspiraba perdones.
Los pobres la veneraban.
Los héroes del exilio.
Los poetas sin sandalias.
Ella, la princesa,
llegó en febrero.
Oriente señalaba la estela
hasta su manto austral,
azul marino,
de sol y sal,
sus pies de trigo,
sus pasos lentos.
Y no se fue jamás de los caminos,
de los versos que guardan
su perfume-rocío,
como un tesoro fresco,
que las musas del viento
susurran al oído.
Su corona sin tiempo
aguardaba dudosa,
el trono del amor
de sus largos misterios.
Querubines del verbo
custodiaron su estrella,
quemaron los ensayos,
temblaron en las letras.
Se postraron dichosos
de bendecir su gloria,
y no hallaron palabras
que despierten las voces,
y el silencio azotó,
como trueno,
la espuma de los cantos
indigentes de flores.
Inspiraba perdones.
Trajo sus buenos aires
en el pelo enredados,
un manojo de arcilla,
un presente pasado en erupción.
Hizo nido en cañadas,
y fue la primavera
más dulce del verano,
y fue el mar y el velero,
y la luna,
tan desoladamente cómplice,
como un altar,
como una lluvia suave,
plateando sus semillas,
por los médanos móviles.
Llega de azul,
en colibríes.
Manos de fuego danzan
en el lienzo infinito
de su rima viajera,
el soneto más alto
que visitó las liras,
que conjugó sin tiempo,
y no pidió monedas.
Ella, la princesa.
Llega de sueños.
El sol pintó su piel
de hada morena.
Se desvanece el mundo
tras su rastro oriental.
Se quedaron sin visa
las endebles fronteras,
los mapas sin murallas,
las manos sin quimeras.
América se extiende hasta sus pasos,
para besar la honra de su huella.
Bendita sea la paz
que hay en sus brazos.
Bendita sea la patria de su estrella.
Su mirada hacia el mar
cautivó pescadores
en el desierto ardiente.
Y ella, la princesa.
Que sin pasar pasaba.
Que sin partir estaba
en cada despedida,
en cada adiós escrito
nos dejó una poesía.
Doncella de algún tango
que busca melodías.
Llega de azul y plata,
se olvidó el apellido,
rompió los espejismos.
Su novena mañana
en su tercera cima,
la vieron sin escarcha
comandando la marcha
de antiguas bienvenidas.
Pintaba encendedores,
dejó sus buenos aires
huérfanos de banderas,
y bendijo esta tierra
de pájaros pintados
en praderas y sierras.
Errante justiciera,
levitaba sin miedo
por esta bruma oceánica.
Era en Cabo Polonio
la noche más inmensa,
los astros más extensos.
Y ella fue princesa
delante de las aguas
que adoraban sus pies de hechicería.
Se derramó la tinta,
Inspiraba perdones.
Los poetas lo sabían.
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“Para besar la honra de su huella”. Llegas a un punto de inflexión sublime, Marcos. Siempre disfruto de leerte. Tus letras son un tango. Y a mí el tango me conmueve. Un gracias resulta insuficiente cuando “parece saber todo de la vida” del gran Cacho Castaña. Abrazo sentido, estimado uruguayo.
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Hola, querida Jessica.
Muchas gracias por tan amable y cálido comentario.
Para mí es una enorme alegría saber que te ha gustado.
El tango es como la vida querida amiga.
Te mando un gran abrazo desde este lado del charco.
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Hermoso poema!!
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Hola, Sinmi.
Muchas gracias.
Saludos.
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