Así

La tierra silenciosa
se traga los cuerpos uno a uno,
primero uno,
luego el otro y el otro
en un afán de masticarlo todo
cuando se queda sola,
con la oscuridad
y con el frío,
con la lluvia
y ese sol,
que la ayuda a digerir
huesos, sueños
y hasta ropas lujosas
que pierden su valor
en el rectángulo
de su estómago maloliente.

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