Llevo un ángel difunto, vaciado en una lágrima.
En la vértebra de un susurro sin palabras,
ni soles en su interior.
Estoy cavilando mi apellido y el tacto de mis horas…
¡Galgo verdugo! Mistral de sangre. No viviré mil años…
¡Tócame Padre! Mánchame con tu eternidad.
Dicen que el buen guerrero es el que está preparado para morir…y creo que el buen poeta deja que sus letras mueran para que se encienda la vida interior! Muy bueno, Héctor!
Claro que sí…hay una labor transmutadora en el poeta,quien debe sacrificar su lenguaje cotidiano en pos de un lenguaje enaltecedor que le propone su espíritu…Un gran saludo, Héctor!