“Dijo Dios: “Exista la luz”. Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz “día” y a la tiniebla llamó “noche”. Pasó una noche, pasó una mañana: día primero” (Gen. 1, 3-5)
Radiante majestad de sangre y hielo,
erupción cenital, iris de oriente,
lumínica quietud que lentamente
viste las sombras con añil de cielo.
Oro y azul desangran el relente
en lágrimas de invierno sobre el suelo:
aleteo vital, color, anhelo,
crisálidas de escarcha incandescente.
Una música esférica agiganta
la mañana con trémolos de frío,
herida por un ocre contraluz:
son pétalos del sol, que se levanta
con temblor de caliente escalofrío…
Y leo en sus ojos: ─“¡Sea la luz!"
Qué belleza se describe en tu amanecer de invierno, poeta!
Un gusto leer estas escenas tan bellamente ilustradas!
Saludos poéticos en la luz invernal!!