Almafuerte era más que una callecita que se habría paso en Castelar sur, era un pintoresco camino que desembocaba justo delante de aquellos labios que pedían con pasión ser besados; era un nexo en pro de aquel joven amor.
Fueron muchos mediodías en los cuales mis pasos escalaron cada baldosa y cada esquina de aquella ruta directa al paraíso, porque el destino final y certero, era rodearme de aquel delicado perfume, de sus ojos cándidos pero persuasivos y de sus más convincentes expresiones de cariño.
Almafuerte exhibía en cada rincón toda su pompa, elegancia y su belleza, allí nada desagradaba a los sentidos. Los olores, las simetrías y todo su colorido paisaje se mezclaban con el sentir del paseante, plantando en él, semillas de júbilo. Allí nunca dejaba de ser primavera.
Por sus accidentadas y angostas veredas, nos abrimos paso una tarde, bajo la cálida mirada de un sol veraniego. Algunos reproches se hicieron oír, algunas lágrimas se dejaron ver, pero por aquellos días dorados, la sinceridad y el perdón eran honorables jinetes que vencían en toda batalla.
Todo esto en Almafuerte, la cual es una estantería del tiempo donde se conservan los recuerdos, donde uno se aventura al pasado. Es un rincón eterno del mundo donde encuentro miles de vestigios dispersos a cada centímetro.
En la callecita Almafuerte, aún se oye el susurro de un «te extraño» y a veces se escucha el suave rumor de un tímido «te amo».
, sino porque es un peliculón. Un 10.