De calles grises y gente gris,
empatía romántica que anega el alma.
Milagros de la palabra.
El alma colgando de un hilo,
un vaso de vino
y el recuerdo vívido que avanza.
Las bromas de la vida,
esperar, esperar siempre lo que no debería.
Cuestionar el corazón
sólo hace el camino cuesta arriba.
Y en una innegable salvedad,
apurar el último rayo del día
para reconocerte una vez más;
hay una sombra que revolotea,
¿eres sombra? ¿eres alma todavía?
El cielo negro estalla en carcajadas;
nadie conoce la piedad.
Es vital, de vez en cuando,
restaurar el techo emocional.
Adorar las noches en vela,
los relojes parados,
los amores sin futuro, tan acostumbrados
a ser pasto de poemas.
Arrancar las cortinas que entorpecen la vista,
vestir las paredes de luz blanca,
dejar empapados los papeles
y dejarse morir
en un ataque de conciencia
apátrida.
Sacar ese nudo,
recomponer viejas letras
y sentir el abrazo de la insensatez.
-La locura alimenta-
Pero poco después,
llega el día.
¿Y cómo vaciarte cuando ya estás vacía?
Renacer en el espíritu del baile en la azotea.
Habitar una arboleda en la más temible oscuridad.
Dejarse arrastrar por ese oleaje,
mar adentro,
pecho adentro.
Imposible dejar de recordar…
En las pupilas,
los adioses infinitos de Agosto
se retuercen víctimas del invierno.
¿Hay vida todavía en esos ojos?
¿Hay alguna alegría en la niebla que ciega?
Puedes todavía hablarle a mi silencio;
ven y comulga con mi pena.
Hay quien dijo
que el corazón se hizo para volar.
Yo vuelo acurrucada en el último poema.