Acudes al templo porque te dijeron
que allí vivía tu padre,
pero no hemos sido capaces
de descifrar sus oraciones.
¿De qué nos sirve su sonrisa,
la marca de los días sobre su rostro,
su música dispuesta,
si todo lo empeñamos en el bar de la memoria
donde nuestro padre no ha dejado de beber?
¿De qué nos sirve la cruz que lo sostiene,
la sangre que brota de un costado,
si ignoramos sus honduras,
si el sentarnos a su mesa
nos revela que la muerte
es justamente ese fantasma
donde la paternidad inicia?
Vienes hasta el templo
porque tu padre te fue negado.